El Cibao, lugar de fantásticas historias esfumadas en el polvo del
olvido. Fábulas, presas en el tiempo, aún viven monte adentro. En las
lomas y los trillos, en el camino real, en las aguas cristalinas, en el
humo de un cachimbo, en el jamaqueo de una mecedora, en el frío de los
amaneceres, en el sabor de yuca frita y el aroma del café.
Cuentos, donde el viento indiscreto prestaba sus oídos. Murmullos se escuchan, voces en el vaivén de los árboles y arbustos, cuales decoran el reverdeciente campo con su esplendor y colorido. Han sido testigos de cada uno de sus personajes, muchos ya fallecidos, algunos aún ensalzan en sus labios, la dulzura de esos días.
Recorriendo caminos ya andados, algunas personas rebuscan en esos recuerdos, encontrar una botijuela de sueños. Esa que en su presente resolverá sus problemas económicos y les dará vida, a tantas historias enterradas en el campo. Cuantos habrán vuelto en busca de ellas? Unos cuantos solo supieron de labios el misterio y las riquezas que guardaban. Quién sabe? Un simple campesino no tenia monedas para sostenerse, hacendados o comerciantes, algún día enterraron cuartos de real, motas y centavos, papeletas, pepitas de oro, reales, manuscritos y quien sabe cuantos artículos mas de valor.
Botijuelas, quedaron olvidadas en algún lugar de un conuco, en el piso de un bohío, amarradas en un cofre en el río, en la raíz de una ceiba o una simple tinaja de barro, de seguro, ya carcomidas por el tiempo y la humedad de la tierra.
Fuese un mito, o una creencia popular, escuché varias veces mencionar, cuentos y dichos referente a las botijuelas. Siempre con la intriga si serian ciertas tantas historias. Habrán existido?
Mis abuelos paternos criados Cibao adentro, familias de San Francisco de Macorís y La Vega, allá por la presa de Taveras en un campo llamado Jagua Gorda, en “La Cotorrita” para no ir mas lejos, creo que ni electricidad hay en este día; en ese hoyo nació y creció mi Papá. Campesino agricultor, estudiado hasta el tercer grado de primaria, criado en la pobreza y la realidad que arropaba en ese entonces, una nación en crecimiento y desarrollo.
Después de unas décadas de haber salido del hoyo, y haber viajado a Nueva York, al no tener en sus manos riquezas, le entró una curiosidad por encontrar en su campo alguna olvidada botijuela, y recuperar tantos años de trabajo. Se aventuró con un detector de metales, su rastro lo acompañaba un vecino del barrio, los dos esperanzados de repartirse el dichoso botín.
Semanas, meses, viajes en autobús para La Vega, metidos monte adentro, con botas de goma, hartándose de yuca, plátanos, café, y cualquier comida de las que humildemente compartían con ellos, algunos familiares o amigos de su niñez. Picadas de mosquitos, alumbrando sus noches con una lamparita de gas, levantándose con el humo del fogón y el canto de los gallos; repetíase en las lomas que circundan esos linderos.
No se daba por vencido, obstinado y seguro que en algún rinconcito de su campo, por ahí por donde una vez le salió el diablo, encontraría en sus memorias, donde estaban situados algunos bohíos y fincas de pudientes terratenientes.
Que película! Estos dos aventureros, parecían agrimensores o ingenieros? Quien sabe cuanta burla tendrían en el pueblo con su llegada y estadía, si ellos los que se habían quedado monte adentro, todavía en la pobreza vivían.
Esmirna Rivas Tejeda ©2010
*Bolívar Antonio Rivas Viñas
(sobreviviendo desde el 1939)
Foto:Tinaja en Matanzas, Baní (2005)