Para algunas amas de casa estos puestos de ventas de comida, son valorados por el no tener que cocinar a diario, especialmente al mediodía. Los nombres no tienen en si tanto valor más que la deliciosa comida que preparan. Algunos situados en los barrios y ciudades. Han satisfecho por años a los vecinos y forasteros con su sazón. Al levantarse antes que salga el sol. En pie ya las mujeres, comienzan a pelar los víveres, ir al mercado a comprar las carnes, vegetales, legumbres. Para preparar desde el rico desayuno, ya sea de un buen pedazo de arepa, hasta un cocido bien acompañado de víveres (yuca, batata, yautía, rulos, guineos verdes o plátanos). La preparación comienza desde el día anterior, con las habichuelas remojadas en agua, el sazón ó sofrito, ablandar las patas de vaca y el mondongo. Las paticas de puerco, cortando la carne, recogiendo y limpiando el comedor, las sillas y mesas, las ollas y calderos, la estufa ó los fogones. Recoger y regar las cantinas o envases, en las que se reparten las entregas de comida diaria, a los clientes que se alimentan en el almuerzo, además de los que comen en el comedor. Esto hace de cada día no una rutina, sino un modo de vida al que muchas personas se acostumbran por años, como fuente de trabajo.
Experiencias de mis tías paternas, propietarias por años de comedores familiares y frituras. De su herencia cibaeña y rico hablar. Pasé por la universidad de estas “Buenas Cocineras”. A mucha honra, son parte de mi educación culinaria. Por los años vividos y compartidos en buenas y malas situaciones familiares, que me han servido a valorar y apreciar este trabajo tan digno, de alimentar a las personas. De ser responsable y aprender a valorar, los sacrificios que ellas en sus tiempos creciendo y levantando sus familias hicieron. Y a valorar los sacrificios que he tenido que hacer en mi vida, también atareada por el trabajo; en restaurantes.
Esmirna Rivas Tejeda ©2005
Esmirna Rivas Tejeda ©2005