El fresco olor de mermelada de guayaba. La brisa fresca. El olor a coco y las sombrillas. El arroz blanco, las mecedoras, las máquinas de coser. Me recuerdan a una mujer luchadora, una mujer alegre; una mujer dulce y cariñosa. Ita, la llamábamos sus nietos y bisnietos los cuales alcahueteaba y quería con todo su corazón. Nació en el 1915, en Baní, República Dominicana. Se casó con mi abuelo Humberto Tejeda nacido en Baní, en el 1912. Procrearon 5 hijas Gisela, Nellys, Bertha, Belkis y Soledad, las cuales a pesar de las privaciones económicas educaron y las hicieron profesionales.
¡Fueron su orgullo! Cuatro Profesoras y una Doctora. Con esfuerzos y sacrificios en la época que les tocó levantar a sus hijas, en medio de la dictadura de Trujillo. Ao, mi abuelo trabajó de agricultor, mi abuela Ita por su lado, se las ingeniaba en ayudarlo con la economía del hogar. Haciendo trabajos de modista en la casa. Su máquina de coser de la marca Singer, ha sido un símbolo en mi familia de nuestra abuela Isabel (Ita).
Nos inculcó el amor a la familia sobre todas las cosas. Las reuniones familiares de los domingos en su casa eran tradición. Las vacaciones escolares, nos colmaba a los nietos de cariño y atenciones. El dulce de guayaba, nunca faltaba con las galletitas de soda. La harina de maíz que nos preparaba de desayuno con leche de vaca, las arepas, las limonadas, los juegos de dominó, el patio con todos sus mangos, aguacates, guayabas, cerezas, naranjas, las matas de coco. Los rabos de gato y demás plantas que lo adornaban. Las flores de papel que creaba y vendía. Cuando arreglaba sombrillas en las tardes sentada en su mecedora en la enramada. Cuando nos sentábamos con los frescos atardeceres banilejos y la rica brisa del mar en el frente de la casa, en mecedoras.
Cuando nos íbamos al Llano, a bañarnos en la regola y visitar a tía Tatá. Los viajes a la playa. Cuando me llevó a la playa de salinas, me había prometido si pasaba de curso. Su mangulina que nos bailaba. Los bailes y cantos que nos hacía coro a los nietos. Cuando nos ponía a peinarla y arrascarle su cabecita blanca. El pito de los bomberos, nos despertaba junto a sus famosos peos. Los molondrones con coco. El locrio de arenque que le cocinaba de cena a mi abuelo Ao. Las bodas de sus hijas. El apoyo que durante toda su vida les dió. El amor que recibió. Cuando me despedí de ella por última vez en el 1999, en unos de mis viajes a RD. Cuanto lloramos y nos dijimos que nos queríamos, sin saber que era la última vez que la vería.
Mi abuelita, mi Ita. El legado que dejaste en tus hijas, nietos y bisnietos. La unidad familiar sobretodo. Las historias y anécdotas son interminables de los años compartidos. Aunque tu y Ao ya no están; todavía siguen vivos en nuestros corazones. No con penas, sino con la alegría de habernos sentidos queridos y amados. Por, la abuelita más dulce del mundo.
Esmirna Rivas Tejeda ©2004
fotografia: Otto Piron