EN UN CONVITE

 
En un convite d
e pasadía, se juntaban vecinos y familiares en el campo, quienes llegaban desde pueblitos aledaños o por igual quienes vivían en la ciudad. Celebrando lo bien que les había ido ese a
ño en sus cosechas. 
Previamente meses y días transcurrían entre preparar sus parcelas para la siembra. 
Ajustando empalizadas, con alambre de púas. 
Emparejando y cortando ramos, varas, palos, desenterrando troncos, arando la tierra, desyerbando matorrales. En la enramada detrás del bohío, almacenaban: mocha, botas de goma, hacha, machete, coa, asada, soga, sacos, huacales, cuaba, carbón, leña, bidones de agua. Caney techado en canas de palma, donde descansaban y se guarecían del sol y aguaceros. ¡Sembrando hielo!

Yuca Asada y Majarete

Asando yuca en medio del conuco, mientras mi abuelo materno Humberto construía y reparaba empalizadas, según me relata mi madre Gisela. Como ella y su hermana Nellys cuando eran pequeñas, lo acompañaban de pasadía algunas veces. En parcela ajena, arrendada sembraba y cosechaba por temporadas. Campos y parajes desde la Fortaleza de Baní hasta El Recodo. En alguna de nuestras amenas conversaciones de mi niñez, me había contado como amanecieron el y sus compañeros jornaleros; una tarde quedaron atrapados por un mal tiempo de agua, no pudieron volver al pueblo esa nochecita. Mientras se caía el cielo, ellos resguardados en el bohío de la finca, durmiendo en catres y hamacas.  Preparaban de cenar un majarete en un anafe de carbón. En la olla mientras meneaban el majarete para que no se pegara del fondo, al cual inesperadamente le cayera un lagarto del techo de canas, causando un estallido de carcajadas entre todos, sacaron al no convidado del majarete y aún así, se lo comieron. 

Casabe, Cacao y Café


 
Éramos pobres, fuimos pobres, crecimos como pobres, trabajamos como pobres, comíamos como pobres. Nos acostábamos como pobres, despertábamos como pobres. ¿Somos pobres?

En el presente del ayer futuro, generaciones del hoy surcaron para sí su propio escape, para de esa forma salir adelante y no quedarse estancados literalmente, en su realidad. A pesar de todo aunque con escasas posibilidades, han sobresalido no siguiendo las pautas de "grietas generacionales" y escasez en muchos aspectos, cuales sucumbieron posibilidades o mejoramiento de sus coetáneos; en su tiempo.
Esmirna Rivas Tejeda© 2024 

Re-encuentros en un cofre

"En un santiamén revivir memorias confinadas en un baúl, se convierte en una engañosa gruta oscura,  sin fondo. Lugares, personas, alimentos, el paisaje; todos se tornan diferentes entre el recuerdo y la realidad".

Dominicanita
Sucedía en aquellos días, cuando la luz del sol marcaba el día. Luna, noche sombría, destellos, estrellas fugaces, truenos en la lejanía. Silenciosamente el tiempo se diluía en bohíos tabicados y empañetados con boñiga (estiércol de vaca seca), barro y cal. Paredes sustentadas por tablas de palma, horquetas y horcones, entretejidas con fibras de maguey. Cal y arena, blanca; pañete por dentro y por fuera; embarrada con una escoba de guano; pintura en colores fuertes, tornaban en tonos pardos, tenues, color pastel; tal como la vida sin prisa. Techado de canas entretejidas en caballete de palos, pencas de coco, guano. Piso de cemento gris con su color peculiar o sencillamente tierra aplanada, barrida con escoba de ramos silvestres. Remontando su valor histórico, a su identidad Taína, Africana e influencia Europea.

Érase una vez en mi mundo de muñecas



En sepia debí haber nacido, 
en blanco y negro crecí, de 
colores pinto mis recuerdos".
Perdidos y encontrados se han quedado incontables recuerdos en mi memoria, de años simples, hojas caídas, primaveras desvanecidas, veranos en la playa, de mangos, guayabas, cajuiles y nísperos; del campo y sus cosechas. 

Recuerdos renacen al amanecer, en las montañas, en el olor a campo donde retoñan mis remembranzas de días prolongados, entre el viene y va de una hamaca, en el sillín de una bicicleta. El columpio me embrujaba cuando el viento tocaba mis mejillas. Caballitos voladores, mariposas, atrapando cocuyos en botellitas de vidrio, y grillos en funditas vacías de esquimalitos, en el recreo cuando estudiaba en la escuela Canadá, allá en el Bani de mis recuerdos.
Escarabajos (catarrones) cubría su caparazón, como si estuvieran en una competencia, con tapas de refrescos embotellados, se movían de un lado para otro, en las noches, recostada en el piso fresco de la galería de mi casa. Lápices de colores, dibujos, garabatos en mis cuadernos de la escuela. El arco iris, lloviznas, gotas finas tocaban mi tez color canela, dorada por el sol tropical; quemaba mi espalda.