UN DIA DE APRENDIZAJE (parte dos)

 parte uno... 

La verde y exuberante vegetación, emanaba sus aromas; flores, matorrales; colores alucinantes. Añorábamos la tierra seca, aunque las piernas se nos pusieran cenizas del polvo que levantábamos con nuestros acertados pasos, en calles sin pavimentar, cubiertas con cascajo o piedras de rio, no aceras; caminos vecinales. Caminitos entre una casa y otra. Trillos entre parcela y conuco, camino real. Sillas forradas con fibras de guano, piso de tierra o empañetado con cemento; paredes en madera por fuera, planchas de cartón de piedra, pleibú (plywood) dividían aposentos, cortinas de tela y encajes, livianas. Lampara de gas, velas, velones, lamparita humeadora. La puerta del frente de algunas casas, en ocasiones, siempre abierta; techo cubierto por canas de palma, desgastadas planchas de zinc; pocas casas con paredes de bloques, de concreto. Techo (plato) de cemento. Colores alegres, rustica madera, empalizadas alambradas. Distinguían cada vivienda única con sus plantas flores y arbustos. 

 
Casas retiradas una de la otra, vecinos nos divisaban. Nos saludaban haciéndonos sentir bienvenidos en sus humildes bohíos u otros simplemente nos observaban. Los frentes de las casas algunos tenían el conuco al lado. La tranca o cruza burros lo atravesábamos sin apuro, tratando de no engancharnos los vestidos, el ruedo, faldas,  enaguas (medio fondo) a veces se nos salían en los alambres de púas que sostenían la empalizada. Agua lluvia en tinaja de barro, refrescante, pura; tapada con un cedazo de tela y una tapa para que los gusarapos no se alojaran en su interior, bidones de agua potable. Jarro de aluminio, esmaltado, vasos de vidrios se usaban para las visitas. Mantel  florido de tela o plástico. Abríamos nuestros libros, citas e ilustraciones. Algunos niños estaban presente, sino los mandaban para los aposentos, como se acostumbraba, cuando llegaba visita a la casa. Aun así entremetidos entre las cortinas, umbrales querían escuchar de que se hablaba.
 
A pesar de cuantos años han transcurrido, no he olvidado esa humilde casita en el Cerro de San Cristóbal, detrás del: "Castillo del Cerro". El cual ya había visitado en varias ocasiones,  caminando a pie subíamos en días de no escuela, un grupo de amiguitos y amiguitas acompañados por sus madres, como excursión de un día. Con mente inquisitiva, había recorrido y palpado las paredes que supuestamente habían estado cubiertas con oro; desde el primer piso y todas sus habitaciones, hasta la azotea, donde vislumbraba el bullicio de la creciente ciudad. Siluetas diluidas como espejismo, azul distancia pintaba algunos edificios notorios de Santo Domingo, vista cual había vislumbrado desde otra vivienda construida por Trujillo: "La Casa de Caoba".
 
Ni por un breve instante había prestado atención a los vecinos de esa zona. Hasta una mañana de un día el cual nos habían asignado para recorrer ese territorio. En una colorida casita, nos daba la bienvenida una niña, quien despertó en mi tanta ternura. Despeinada, carita sucia, agripada, vestidito desaliñado cargando una gallina tuerta, ladridos de un perro viralita, moscas, mimes, mosquitos. Nos invitaba junto a su madre al humilde hogar, cual su familia habitaba. La cocinita afuera detrás de la casa, donde sentada divisaba las cenizas  de un fogón sin encender para la hora que era, en ese dia. Paredes de yagua, sustentada por palos del monte, el sol inmiscuido en el techo delatando al lánguido fogón. Hermoso coloquial encuentro en aquel humilde bohío, nos obsequiaron frutas de su patio, naranjas (chinas), limones dulces. Cargadas con esta humilde provisión seguíamos nuestro recorrido. 
 
¡Que dotado de hermosura estaba todo ese paisaje lleno de colorido de formas simples y preciosas!. 
 
Siguiendo nuestro trayecto en localidades lejos de la ciudad. Nos encontrábamos en "Ingenio Nuevo" lugar que habíamos visitado en ocasiones anteriores, de pasadía en casa de una hermana y su familia. Compartíamos nuestro mensaje esperanzador  en  cada casa de aquel paraje y en los barrancones, cuando había zafra en el batey. Un dulce aroma  
impregnaba esa estampa, verde de un lado y otro del camino, la mirada se nos perdía en el cañaveral hasta la falda de las montañas. Lodazal, algún vehículo enchivado se escuchaba a lo lejos. Llantas marcadas en charcos de aquel camino vecinal, donde divisábamos la junta de bueyes transportando las jugosas cañas moradas y/o rojizas; la mocha, el machete, pu
ñales,  hojas filosas quedaban desplegadas en el suelo. Los vagones del tren llevarían las cañas  a las calderas del ingenio azucarero, para ser prensadas como materia prima. Degustar caña de azúcar en pleno cañaveral, pelando su dura corteza con los dientes, luego cortarlas por el nudo dividida en trozos, masticando y a la misma vez chupando su dulce y refrescante jugo, guarapo para luego deshacernos del bagazo. Hurones, fuego, melaza y/o melao, jalao de coco. Ingenio Caey...

En otros parajes, del litoral sur de San Cristobal. Pueblitos en aquel entonces que nos correspondía como territorio de predicación. Repetíamos nuestro recorrido en Hatillo, Yaguate, Nizao, Palenque, Najayo, Canastica... La carretera principal que atravesaba ciudades del Sur, desde Santo Domingo a Pedernales, en ese entonces. Un chapuzón en la Playa de Najayo, Playa de Palenque pescado frito, batata frita. En los Colmados, refrescos, dulces artesanales, masitas y conconetes. 

Mangos, chinolas, aguacates, caña roja dulce, etc... llenaban nuestros bolsillos de cosas más valiosas que el dinero. Frutos, víveres, de lo que la madre tierra les proveía para su sustento. Salíamos más con la costumbre de la gente que lo que íbamos a ilustrar. Teces quemadas, arrugadas por la miseria, plegadas de tanto trajín. Cachimbos, túbanos, cigarros, no se recataban de dar una sonrisa o un simple “umjú” ó “asina mismo e”. Caminábamos con prisa, la sombra que ya pisábamos por el sol nos maltrataba con sus rayos fogosos del mediodía. Acelerábamos nuestro recorrido, no queríamos perturbar la hora de la comida.

Llegábamos a los colmados antes que cerraran por la hora del almuerzo y siesta, para de nuevo regresar recargados para complacer a sus clientes fieles y nuevos quienes, refrescándose con bebidas y amena conversación, del otro lado del mostrador. Prácticamente eran Farmacia, Ferretería, Cafeteria. Productos frescos, enlatados, venta al detalle; el fiao y la ñapa. Comprábamos masitas, galletas, mentas verdes y canquiñas. Refresco rojo, mabí de bejuco o malta morena. Un bizcocho de cinco cheles. Mejoral, Novaldín. Alcanfor, Mertiolate... (mi abuelo materno también fue colmadero en Baní en los  60's y 70's)
Seguíamos unos ya gateando por el peso de los años, otros por lo caliente que se estaba tornando el día. Volvíamos de nuevo al pueblo, ahora atender nuestros bohíos. Para la siguiente semana hacer el mismo recorrido; en otro campo, en otro bohío…

Esmirna Rivas Tejeda ©2023
Revisado e integrado con: "De Dos en Dos" ©2006 
(Mateo 28:19, Lucas 10:1, Hechos 5:42, Hechos 20:20, Mateo 24:14)

 
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