"En un santiamén revivir memorias confinadas en un baúl, se convierte en una engañosa gruta oscura, sin fondo. Lugares, personas, alimentos, el paisaje; todos se tornan diferentes entre el recuerdo y la realidad".
Sucedía en aquellos días, cuando la luz del sol marcaba el día. Luna, noche sombría, destellos, estrellas fugaces, truenos en la lejanía. Silenciosamente el tiempo se diluía en bohíos tabicados y empañetados con boñiga (estiércol de vaca seca), barro y cal. Paredes sustentadas por tablas de palma, horquetas y horcones, entretejidas con fibras de maguey. Cal y arena, blanca; pañete por dentro y por fuera; embarrada con una escoba de guano; pintura en colores fuertes, tornaban en tonos pardos, tenues, color pastel; tal como la vida sin prisa. Techado de canas entretejidas en caballete de palos, pencas de coco, guano. Piso de cemento gris con su color peculiar o sencillamente tierra aplanada, barrida con escoba de ramos silvestres. Remontando su valor histórico, a su identidad Taína, Africana e influencia Europea.
Diaria rutina para comer, sembrando, cosechando para subsistir. Lavando atuendos a mano, por encargo. Almidón de yuca para que las costuras y filos no perdieran su forma. Plancha de hierro calentada en las rojizas brazas, del carbón de leña, en un anafe sediento. Humo, vapor, burbujas, jabón de cuaba, batea de madera, cordeles de alambre dulce, bidones para buscar agua, a pie. Rústicas zapatillas “maricutanas” fabricadas con suela y puntillas, marcaban sus pasos en las calles sin aceras, tierra, cascajo, polvo, canillas cenizas. Casas típicas de estilo victoriano; madera tallada, cubiertas con planchas onduladas de zinc u otras de cemento y madera. Alrededor del Parque Central, estaban las únicas calles pavimentadas.
