CARATERISTICAS DE LA COCINA TRADICIONAL

Es indiscutible la influencia que tienen los alimentos en nuestras vidas. Desde pequeños nos hemos acostumbrado a los aromas característicos de cada comida única y especial. Sensaciones, recuerdos entretejidos entre nuestro cerebro y paladar. Evocan memorias, sentimientos entrelazados en nuestra identidad; cuando degustamos un platillo simple o muy elaborado con esmero, pasión y amor por quien lo cocina. No solamente satisfacen nuestro apetito físico, sino también sacian nuestros anhelos, en  lo más recóndito del alma. Todo este proceso conlleva preparar paso a paso, rebuscando hiervas, especias, colores, texturas, olores y sabores incorporados en un platillo; tal como pondría un artista su obra de arte en un lienzo. 

LAVANDERA

La Vieja Fefa con un mal matrimonio y un hijo a rastro, una pierna tullía que le dejó el ciclón San Zenón. Andaba de puerta en puerta ofreciendo sus servicios de lavandera. Las vecinas les confiaban el lavao'. Le llevaban la ropa sucia envuelta en sábanas, las cuales ella les devolvía lavadas y planchadas.  Con los chelitos que ganaba alimentaba a su muchachito, el cual andaba como rabito detrás de ella. Entre espumas de jabón, de cuaba y su batea, entre lavadas y planchadas, tullía; con sus penas que las ahogaba, con el estruje de sus manos. Sus uñas sancochadas de tanta humedad, a que las exponía; mandaba su muchachito a la escuela. 

LA BICICLETA

                                   

Con el dulce rechinar de sus gomas ya gastadas, su timbre oxidado que más bien tosía en vez de sonar, su bombillo que alumbraba según el roce que producía el movimiento de los pedales, el sillín más duro que una tabla. Así se transportaba un campesino a su parcela, se levantaba antes que los gallos lo delataran guiándose por el lucero de la mañana y la claridad de la luna, cuando había. Se ponía sus botas de goma, agarraba su cachucha su colín al cinto y se montaba en su bicicleta, la cual en su recorrido en las horas que era mas oscura la noche, lo  acompañaba con su galopar. ¿Quién sabe cuantas cosas pasarían por su cabeza? 

Con silbidos cantaba sus canciones, oraba sus oraciones, le pedía a Dios por un buen día y que lo ayudara con su cosecha. ¿Que pensamientos mas pasarían por su cabeza? Sus quebrantos y dolores con el pasar de los años hacían mas lento su pedalear.

Pensaba: tengo que arar la tierra, ir a comprar las semillas, ir al mercado ¿A cuánto estarán los tomates? ¿Qué me conviene sembrar este año? Los tubos del regadío, el pozo y a bomba del agua, la junta de arar ¿no mejor el tractor? ¿Cuánto dinero tengo? ¿Cuántos trabajadores necesitaré? La vara de los tomates, los huacales…
Así llegaba a la parcela, listo con algunos de sus pensamientos en orden y otros vagos, entre limpiar con la mocha y la azá seguía su cabeza maquinando; en lo que pasaba el día, silbaba de nuevo sus canciones, sus décimas ¿Cuántas veces las habría repetido?  La hora nona llegaba con su ardor, tiempo para tomarse una siestecita debajo de una mata o en la enramada, en lo que bajaba lo que había comido. Su bicicleta recostada de algún palo o tronco que le diera sombra.
Volvía de nuevo a sus pensamientos -¿Quién es el jefe? ¡Si yo llego mando y también hago! Más parezco un burro de carga ¡Antes cuando era yo el trabajador me pagaban a veinte cheles el día, hoy yo pago cinco pesos y es la misma agonía!
Ya transcurrido el rato en que reposaba, se ponía su cachucha y las botas; de nuevo al recorrido por la parcela. 
 -¿Qué me falta? Esto lo hago hoy, mañana comienzo por aquí. ¿Luna nueva o luna llena? Se está entoldando el cielo, parece que caerá un buen aguacero; con razón me duelen las coyunturas. 
Mientras seguía balanceando su cuerpo entre el viene y el va de la azá, cual parece a veces se lo llevaba. Amontonaba los ramos secos, y palos que iba entresacando de la tierra, se encontraba con algunas lombrices, que al pisarlas soltaban el olor a tierra fresca, alguna culebrita pasaba desapercibida entre sus pies, algún maco salía saltando con apuro.
-Pensaba: Otro día más de faena mejor me voy temprano. Ya cuando siembre los días serán más largos. 
Se recostaba tambaleante del cansancio, sudores le recorrían su cuerpo, con olor a hombre cansado miraba a lo lejos su bicicleta.
-Sus pensamientos: Ya me voy, un chin de agua pal’ camino, déjame lavarme la cara ¡Ay ésta bicicleta si volara y me llevara más rápido a mi casa! 

De nuevo a su galope sin sol ya no silbaba de regreso, llevaba la mente y las ganas cansadas, más bien oía el rechinar de su bicicleta, que le decía:

¡Bolívar mañana será otro día!

Esmirna Rivas Tejeda © (2005) 
Dedicado  a mi Padre.